Entre las sombras marchitas de los continentes heridos, se manifiesta el continente helado, donde el sol se alza ligero, por un empuje levísimo como labios de delirio, se abre al cielo garzo de ojos infinitos. Así la gélida Antártida se reintegra al seno de la luz, paralela en su amplitud despejada al cielo raso.
Lechosas olas en letargo se amparan en las crudas aguas del océano, montañas de azúcar vagan a la deriva como lunas sin firmamento. En silencio flotan témpanos en un mar sin temblor.
Los serenos pingüios a lomos del horizonte, se deslizan supremos en los músculos fríos del hielo.
En un amanecer sin mancha, con la retina resplandeciente, sin soplo de ventisca, sólo un frescor inmortal.